Querida querida:
no escribo para confesarme,
ya sabes que eso nunca me ha hecho falta.
Es más por continuar
con esa afición mía de molestar
que tanto te molestaba.
¿Recuerdas el jarrón de porcelana
que tu gata rompió aquella noche?
En realidad me desperté con ganas de fumar
y no quise encender la luz.
Ya sabes, es un incordio.
Así que supongo que fui yo
quien chocó contra la mesilla.
¿Y cuando compraste aquel vestido rojo,
tu favorito, y me preguntaste
si te hacía gorda?
Te dije algo así como “estás preciosa,
que suerte que seas mía”.
Espero que no me creyeses.
Te hace poco menos que una foca.
Ah, y otra cosa.
¿Te acuerdas de cuando mirándote a los ojos,
te sonreía y murmuraba un “te quiero”?
Era mentira.
Es que lo vi hacer muchas veces
en las películas de Hollywood,
y siempre creí que sería un buen actor.
Nada más.
Te quiero, yo.
(Vaya, lo siento. He vuelto a hacerlo.)