domingo, 30 de enero de 2011

#52

Cuando te conocí,

tu prospecto rezaba

“cura para todos los males”.

Y sin pensarlo

tomé las dosis indicadas de ti.

Pero claro.

La automedicación nunca fue buena

y yo jamás tuve receta.

Así que ahora sé,

gracias a una arritmia permanente,

que debí leer también

tus defectos secundarios.

viernes, 28 de enero de 2011

#51

De noche, mientras algunos duermen y otros no,

yo me dedico a deshojar Margaritas.

Y Rosas, y Amapolas y Violetas.

Y Azucenas. Y algún viaje con Macarena.

Y Lauras y Marías,

y alguna flor sin nombre.


He dejado sus pétalos en la cama,

en los baños de los bares,

en el asiento de atrás,

esparcidos por portales.


Ya saben, el juego de siempre.


Mi problema es que al final,

nunca me acuerdo de preguntarles

si me quieren o no me quieren.

jueves, 27 de enero de 2011

#50

A puñados me vivo.

A raudales, a caladas.

A mordiscos.

Me existo

como si fuese a existirme

sólo una vez.

Me soy ahora,

sin relojes ni calendarios.

Y mi medalla es que

como a puñados me vivo,

a latidos me muero.

lunes, 24 de enero de 2011

#49

Álvaro jamás entendió

por qué le encerraban a él,

si los locos

eran todos los demás.

sábado, 22 de enero de 2011

#48

Mi victoria no es, sin duda,

haber llegado hasta aquí.

Mi victoria no la forman mis bienes

ni mis pupilas,

ni mis conocimientos traspapelados.

No consiste en mis amaneceres.

No son mis gritos ni mis huesos,

ni mis palabras necias,

ni mis oídos sordos.

No reside en mi deficiente uso

de los pronombres personales.

Ni siquiera es, con perdón,

conoceros a vosotros,

ni conocerte a ti.

Mi victoria es, simplemente,

saber que perdí hace mucho tiempo.

jueves, 20 de enero de 2011

#47

Pedro tenía un problema de identidad tremendo, de esos que aparecen en los libros de psiquiatría. Lo mismo se creía un caballo y se pasaba el día relinchando, como se transformaba en un semáforo y te lo encontrabas en cualquier paso de cebra cambiándose continuamente la camiseta roja por la verde, la verde por la amarilla, la amarilla por la roja, y otra vez a empezar. Fue de todo: ministro, caja, tubería, corredor de maratón, despertador, marinero, alfombra, perro, electricista, zapatilla, pollo en pepitoria, espeleólogo, tenedor, mesilla de noche, funambulista, pizarra, catador de vino (al día siguiente fue sufridor de resaca), autobús urbano, sombra, panadero, árbol, luciérnaga, cardenal, besugo, lentejuela, buzón de correos …

Hasta que un día le tocó ser libre, y no se le volvió a ver.

miércoles, 19 de enero de 2011

#46

A veces te vas

y sin saberlo te quedas.

A veces te vas

y aunque te vayas,

te quedas con los que se quedan.

Y ríes con ellos cuando ríen

aunque no sepas que ríen,

sus cigarros son tus cigarros,

sus cafés tus cafés,

y la silla vacía en la mesa

no está vacía.

Y las noches de fiesta

siempre una copa de más,

por quien echas de menos.

A veces te vas

y, sin saberlo,

nunca te has ido.


Vete.

Pero nunca te vayas.

viernes, 14 de enero de 2011

#45

Nunca entendí eso de “qué vida más perra”.

En sentido peyorativo, quiero decir.

Todo el día desnudo,

comiendo aquí y allá.

Rascándote cuando te venga en gana,

olisqueando traseros.

Ladrando gratis

y mordiendo sin explicaciones.

A lo sumo a uno lo sacrifican,

que sigue siendo mejor

que dejarse morir lentamente.

martes, 11 de enero de 2011

#44

Su voz era tan límpida que cada vez que las palabras salían de su boca, el aleteo de los pájaros sonaba como millones de tambores tronando al unísono. Su voz era agua, era luz. Era la pureza misma, más leve y más frágil que una gota de lluvia en el instante antes de estrellarse contra el suelo. Era el hilo de oro con el que se unen las palabras sagradas que ya nadie pronuncia. Su voz era cristal de bohemia materializándose en el aire una fracción de segundo, y desvaneciéndose ante tus ojos antes de que estuvieses seguro de lo que habías visto.

Hasta que dijo “te quiero”, y quebró el cristal en mil pedazos.

miércoles, 5 de enero de 2011

#43

Cómo duele mirarte tan parada, tan perpetua,

mientras la luz se estrella contra tu piel.

Cómo se quejan mis manos de no saberte,

de no destrozarse en tu cuerpo.

Cómo se me rompen las palabras

y se desangran en tinta negra,

seguras de no llegar nunca a decirte nada.

Qué innecesario se vuelve mi tiempo,

al saber que jamás moverás una sonrisa por mí.