Cuando decidí recurrir al saber popular,
resultó que más vale el sol de Antequera
que pájaro en mano,
que la sarna pica siempre,
me congelé a pesar de ver
al grajo volando bajo,
y mis tres pobres tigres
siguieron siendo los más tristes del trigal.
Menos mal que a quien madruga,
Dios le ayuda.
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