Por supuesto que me acuerdo de aquél día, no vea la que se lió. Que luego ya sabe cómo somos, y con un par de bacanales se pasan los males. Pero sí, me acuerdo perfectamente: cuando yo llegué ya estaba todo el estropicio montado, los fragmentos del desastre esparcidos por el suelo y un montón de gente corriendo de aquí para allá. Pregunté a Héctor que qué había pasado y me apartó de un manotazo con un “a mí qué me dices, creo que lo ha roto Edipo, si ves a Aquiles avísame”. Edipo, que ya estaba así cuando él llegó, que seguro que había sido el cabrón de su padre pero que había visto a Medusa salir pitando de allí dos minutos antes de que él llegase. Medusa que claro, que cómo no iba a chocarse con las cosas con esas gafas de Sol que le habían puesto, pero que ella no había sido, aunque olía a Ícaro y cera derretida, lo mismo un aterrizaje mal hecho. Ícaro, empotrado a dos metros de altura en una columna dórica, que si de verdad pensaba que llegaba a tirar nada desde ahí arriba, pero que había visto a Prometeo prendiendo cosas por ahí cerca. Prometeo que qué va, que seguro que ha sido Pegaso que se encabrita y no controla. Y Pegaso que nanai, que eso ha sido el tábano al posarse donde no debe. Así que todo el mundo a buscar el tábano, y el tábano que no aparece, y nos quedamos sin saber quién había sido el culpable.
Claro, que en realidad daba un poco igual. Lo que nos preocupaba era otra cosa. Porque a ver quién tiene huevos de decirle a Pandora, con la mala leche que se gasta, que “alguien” le ha roto su cajita.