A Jorge siempre le daba vergüenza ducharse con Sonia. Podían haber pasado la noche entera (una de tantas) haciendo el amor como locos, sin un respiro. Podían haberse recorrido enteros el uno al otro millones de veces jugando entre las sábanas. Daba igual: a la hora de meterse a la ducha, él siempre se esperaba a que ella estuviese dentro, entraba corriendo y se pegaba mucho para que la chica no pudiese ver más que sus ojos azules llenos de champú. Y Sonia sonreía y le abrazaba fuerte, porque aquello le parecía lo más tierno del mundo.
Y aunque ella nunca lo supo, él se dio cuenta meses después de ver cómo se marchaba: el día que Jorge se atrevió a entrar con ella en la ducha fue el día que Sonia dejó de quererle. Y sus ojos recordaron el champú, y se le llenaron de lágrimas.